CUENTO: LAS AVENTURAS DE LAS ESCULTURAS DE LA NIEVE
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y cubierto por un manto blanco de nieve, todos los niños esperaban con ansias el gran concurso de esculturas de nieve. Casas coloridas, tejados cubiertos de nieve y chimeneas humeantes creaban un ambiente cálido y acogedor en aquel frío invierno.
— ¡Este año ganaré! —exclamó Andrés con determinación, mientras modelaba con sumo cuidado a Estrella, un majestuoso unicornio con crines ondulantes y un cuerno reluciente.
A su lado, Inés, su amiga y rival en el concurso, esculpía con rapidez a Ráfaga, un lobo feroz con ojos brillantes y colmillos afilados. Ambos competían con pasión, pero siempre en buenos términos.
La noche comenzó a caer y, uno a uno, los niños regresaron a sus hogares, dejando atrás sus magníficas creaciones, iluminadas solo por la luz de las estrellas y la luna en cuarto creciente.
Sin que nadie lo supiera, cuando el reloj del pueblo marcó la medianoche, un brillo especial envolvió la plaza. Estrella, el unicornio, comenzó a moverse. Sus ojos brillaron con asombro mientras miraba a su alrededor. ¡Estaba viva! No muy lejos, Ráfaga también despertaba, estirando sus patas y sacudiendo la nieve de su pelaje.
Ambas esculturas, asombradas, se encontraron frente a frente. Inseguras al principio, pero curiosas. Decidieron explorar el misterioso bosque que rodeaba el pueblo. Sin sEn su aventura, Estrella y Ráfaga enfrentaron desafíos. Cruzaron ríos congelados, resolvieron los acertijos propuestos por pequeños duendes juguetones y salvaron a otros seres mágicos en peligro.
A su lado, Inés, su amiga y rival en el concurso, esculpía con rapidez a Ráfaga, un lobo feroz con ojos brillantes y colmillos afilados. Ambos competían con pasión, pero siempre en buenos términos.
La noche comenzó a caer y, uno a uno, los niños regresaron a sus hogares, dejando atrás sus magníficas creaciones, iluminadas solo por la luz de las estrellas y la luna en cuarto creciente.
Sin que nadie lo supiera, cuando el reloj del pueblo marcó la medianoche, un brillo especial envolvió la plaza. Estrella, el unicornio, comenzó a moverse. Sus ojos brillaron con asombro mientras miraba a su alrededor. ¡Estaba viva! No muy lejos, Ráfaga también despertaba, estirando sus patas y sacudiendo la nieve de su pelaje.
Ambas esculturas, asombradas, se encontraron frente a frente. Inseguras al principio, pero curiosas. Decidieron explorar el misterioso bosque que rodeaba el pueblo. Sin sEn su aventura, Estrella y Ráfaga enfrentaron desafíos. Cruzaron ríos congelados, resolvieron los acertijos propuestos por pequeños duendes juguetones y salvaron a otros seres mágicos en peligro.
Sin embargo, el mayor desafío fue descubrir que, para regresar al pueblo antes del amanecer y seguir existiendo, debían trabajar juntos y encontrar el cristal mágico escondido en el corazón del bosque.
El anciano árbol sabio les aconsejó:
— La rivalidad os separa, pero la amistad es el verdadero poder mágico.
Así, dejando atrás sus diferencias, Estrella y Ráfaga unieron fuerzas. Su amistad y colaboración les permitió superar todos los obstáculos y finalmente hallar el cristal mágico.
Con el primer rayo de sol, las esculturas regresaron a su forma original, pero algo había cambiado. Al día siguiente, cuando Andrés e Inés se encontraron en la plaza, ambos sintieron un fuerte lazo de amistad y decidieron unir sus talentos para crear la escultura más impresionante que el pueblo hubiera visto jamás.
Con el primer rayo de sol, las esculturas regresaron a su forma original, pero algo había cambiado. Al día siguiente, cuando Andrés e Inés se encontraron en la plaza, ambos sintieron un fuerte lazo de amistad y decidieron unir sus talentos para crear la escultura más impresionante que el pueblo hubiera visto jamás.
EL REINO DE LAS PALABRAS OLVIDADAS
Las faltas de ortografía eran cada vez más graves. Pero no parecía que le importara mucho a nadie. El Gran sabio del reino veía que éste era un problema sin solución. Una mañana, cansado de ver cómo día a día iba perdiendo pelos de su cabeza de tanto pensar en ello, se presentó en la casa del Viejo hechicero del reino.
- Buenos días Viejo hechicero – le dijo muy cabizbajo.
- Buenos días Gran sabio. ¿Qué te trae por aquí? - le respondió animoso.
- Vengo a pedirte ayuda. Los niños del Reino escriben cada vez peor. Sus faltas de ortografía hacen daño a la vista. Mírame, tengo que usar gafas de sol para proteger mis ojos ante tanta incorrección al escribir.
- ¿Qué te parece si les castigo? Me llevaré muy lejos cada palabra que esté mal escrita de ahora en adelante.
Diciendo esto el Viejo Hechicero añadió en una olla a presión, con el fin de lograr un efecto inmediato, trocitos de papel y tinta. Y con la ayuda del viento fue recogiendo todas y cada una de las palabras mal escritas y las dejó reposando y medio adormiladas en la nube más alta que encontró sobre el cielo.
Y desde ese día, en el Reino ubicado en un lugar muy lejano los niños se fueron quedando sin palabras. Pronto a todos los objetos les tuvieron que llamar "cosa" y no tardaron en tener que señalar con el dedo para hacerse entender mejor.
Algún tiempo después, en una tarde en que un niño se encontraba tremendamente aburrido, cansado de usar el mando para cambiar cada minuto los programas de la tele, sin ánimo para acercarse unos pasitos hasta su cuarto y coger su móvil para jugar un rato con sus amigos como hacía en otras ocasiones, vio una cosa fina bajo una de las cuatro cosas que sujetaban la cosa donde desayunaban, comían y cenaban. Y picado por la curiosidad se acercó y lo cogió. Era un libro. Y sus padres lo habían usado todo ese tiempo para calzar la mesa.
Nada más empezar a ojearlo, sus ojos se vieron sorprendidos por palabras nuevas que el niño no tardó en usar en sus deberes del colegio, sus mensajes de whatsapp y sus correos electrónicos. Le gustaba ver la “h” delante de cada palabra y quedaba más bonita la mayúscula tras el punto. No sonaba igual una palabra acentuada que otra sin acento. Pronto sus amigos empezaron a copiarlo porque era "guay" y en menos de lo que se imaginaron el Gran sabio y el Viejo hechicero, todas las palabras olvidadas volvieron al Reino ubicado en un lugar muy lejano.
EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS
No tenían más amigos, eran bastante traviesos, no les gustaba demasiado estudiar y siempre andaban haciendo trastadas a los demás.
Un día se fueron al campo de excursión y se les hizo muy de noche, pero como no tenían miedo ni les importaba que sus padres se preocuparan por ellos, siguieron caminando, hasta que, de repente, vieron unas luces muy extrañas.
- Clara, ¿Has visto esos destellos?
- ¡Sí! ¡Corre Jimmy! ¡Veamos de qué se trata!
Los dos fueron a toda prisa hasta que por fin vieron de qué se trataba.
- ¡Mira eso! ¿Qué crees que es? – preguntó Clara
- ¡No tengo ni dea! Lo que está claro es que los destellos venían del reflejo que provocan estos espejos tan grandes…¡Entremos dentro! – contestó Jimmy
Una puerta se abrió ante ellos y, sin pensárselo dos veces, entraron.
Ninguno de los dos podía creer lo que veían sus ojos… Era un laberinto de espejos con un montón de puertas que se abrían y cerraban.
Atravesaron una de esas puertas y viajaron a toda velocidad en el tiempo.
- Clara, ¿eres tú?
- ¿Jimmy? ¡Pareces un abuelo!
Los niños habían viajado al futuro y se habían convertido en dos ancianitos hasta que cruzaron otra de las puertas y, una vez más, viajaron en el tiempo hasta convertirse en dos niños pequeños.
Una tercera puerta se abrió y, al cruzarla, aparecieron de nuevo en el campo.
Los espejos se empezaron a poner muy negros y oyeron una voz que decía:
El laberinto de los espejos desaparecerá y solo podréis volver a él cuando empecéis a hacer el bien...
Jimmy y Clara no entendían nada…Estuvieron pensando mucho, hasta que Clara se dio cuenta de algo:
- Jimmy, ¿Crees que el laberinto se refería a nuestras trastadas? La verdad es que siempre estamos disgustando a nuestros padres – dijo bastante arrepentida.
- ¡Anda ya! ¡Eso es una tontería! – Le contestó.
Al cabo de unos días los dos volvieron al lugar y cuando llegaron, el laberinto comenzó a aparecer de la nada.
Al intentar entrar, el laberinto solo dejó entrar a Clara, y Jimmy se dio cuenta de que quizá su amiga llevaba razón.
- ¡Laberinto! ¡Déjame entrar! ¡Yo también me arrepiento de haber sido tan malo! – gritó Jimmy.
Y al final los dos niños entraron en el laberinto y viajaron en el tiempo a cada uno de los momentos en los que habían sido muy traviesos para volver a hacer las cosas, pero esta vez, sólo para hacerlas bien.
LA RESIDENCIA DE ANCIANOS
No hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de la meseta castellana, ocurrió una historia que conmovió a mucha gente. Una residencia de ancianos, en la que vivían doscientas personas sin recursos y sin familia, estaba a punto de cerrar por falta de fondos.
Los vecinos del pueblo, que apreciaban a la gente que vivía allí, decidieron arrimar el hombro para ayudar a aquellos ancianos que se quedarían en la calle si la residencia cerraba, y se organizaron para trabajar gratis allí. Pero no era suficiente. La residencia tenía muchos gastos, y la empresa que la gestionaba tuvo que marcharse porque no podía pagar a sus empleados, dejando a los vecinos del pueblo a cargo de todo.
Un día apareció por el pueblo un tipo encorbatado y engominado hasta las cejas que se ofreció a comprar la residencia, ofreciendo una gran suma de dinero por ella a su propietario. Aunque éste estuvo tentado por el olor del dinero, finalmente le pidió unos días para que pudiera valorar su oferta.
Cuando los vecinos se enteraron convocaron una reunión. Era necesario comprar la residencia para conservar el hogar de aquellas doscientas personas. Pero entre todos no tenían dinero suficiente. Ni siquiera sus propiedades valían tanto.
Unos niños que andaban por allí escuchando tuvieron una idea.
- ¡Organicemos un festival benéfico! -dijo uno de ellos.
- ¡Eso, y un mercadillo solidario! -dijo otro.
- ¡Avisemos a todos los medios de comunicación! -dijo otro.
A los vecinos del pueblo les pareció buena idea y se pusieron manos a la obra.
Recopilaron todas las cosas antiguas que encontraron y prepararon dulces caseros y bebidas artesanales hechas con recetas ancestrales, esas que pasan de padres a hijos.
Algunos ancianos de la residencia enseñaron a los jóvenes sus antiguos oficios, como a trabajar el cuero para hacer accesorios o con mimbre para hacer cestos.
Los niños se organizaron para preparar un bonito espectáculo infantil cantando canciones populares que los propios ancianos de la residencia les enseñaron e interpretando antiguas historias que les contaron.
Cuando la noticia llegó a los medios de comunicación causó un gran impacto. Muchos se desplazaron hasta allí para dar la noticia, lo que atrajo a personas de todo el país.
Pero el tiempo se agotaba y la recaudación de fondos no era suficiente. Hasta que sucedió algo sorprendente. Gracias a los medios de comunicación un futbolista muy famoso vio a su abuela, una anciana con Alzheimer con la que había perdido el contacto hacía años.
El futbolista llamó a algunos compañeros y fueron al pueblo, donde vendieron camisetas y balones firmados. También se hicieron fotos con los aficionados a cambio de un donativo para la residencia. Incluso jugadores de otros equipos rivales acudieron al pueblo para colaborar con ellos.
En apenas dos días, los vecinos del pueblo recaudaron el doble de lo que había ofrecido aquel tipo por la residencia y el propietario accedió a vendérsela a la gente del pueblo.
Y así fue como aquella residencia de ancianos siguió en pie, gracias a la cooperación y al trabajo desinteresado de todo un pueblo.
Los vecinos del pueblo, que apreciaban a la gente que vivía allí, decidieron arrimar el hombro para ayudar a aquellos ancianos que se quedarían en la calle si la residencia cerraba, y se organizaron para trabajar gratis allí. Pero no era suficiente. La residencia tenía muchos gastos, y la empresa que la gestionaba tuvo que marcharse porque no podía pagar a sus empleados, dejando a los vecinos del pueblo a cargo de todo.
Un día apareció por el pueblo un tipo encorbatado y engominado hasta las cejas que se ofreció a comprar la residencia, ofreciendo una gran suma de dinero por ella a su propietario. Aunque éste estuvo tentado por el olor del dinero, finalmente le pidió unos días para que pudiera valorar su oferta.
Cuando los vecinos se enteraron convocaron una reunión. Era necesario comprar la residencia para conservar el hogar de aquellas doscientas personas. Pero entre todos no tenían dinero suficiente. Ni siquiera sus propiedades valían tanto.
Unos niños que andaban por allí escuchando tuvieron una idea.
- ¡Organicemos un festival benéfico! -dijo uno de ellos.
- ¡Eso, y un mercadillo solidario! -dijo otro.
- ¡Avisemos a todos los medios de comunicación! -dijo otro.
A los vecinos del pueblo les pareció buena idea y se pusieron manos a la obra.
Recopilaron todas las cosas antiguas que encontraron y prepararon dulces caseros y bebidas artesanales hechas con recetas ancestrales, esas que pasan de padres a hijos.
Algunos ancianos de la residencia enseñaron a los jóvenes sus antiguos oficios, como a trabajar el cuero para hacer accesorios o con mimbre para hacer cestos.
Los niños se organizaron para preparar un bonito espectáculo infantil cantando canciones populares que los propios ancianos de la residencia les enseñaron e interpretando antiguas historias que les contaron.
Cuando la noticia llegó a los medios de comunicación causó un gran impacto. Muchos se desplazaron hasta allí para dar la noticia, lo que atrajo a personas de todo el país.
Pero el tiempo se agotaba y la recaudación de fondos no era suficiente. Hasta que sucedió algo sorprendente. Gracias a los medios de comunicación un futbolista muy famoso vio a su abuela, una anciana con Alzheimer con la que había perdido el contacto hacía años.
El futbolista llamó a algunos compañeros y fueron al pueblo, donde vendieron camisetas y balones firmados. También se hicieron fotos con los aficionados a cambio de un donativo para la residencia. Incluso jugadores de otros equipos rivales acudieron al pueblo para colaborar con ellos.
En apenas dos días, los vecinos del pueblo recaudaron el doble de lo que había ofrecido aquel tipo por la residencia y el propietario accedió a vendérsela a la gente del pueblo.
Y así fue como aquella residencia de ancianos siguió en pie, gracias a la cooperación y al trabajo desinteresado de todo un pueblo.
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